Siguiendo con nuestro afán culturizante, con la sagrada misión de formar, informar y entretener, en Inside View no podemos olvidarnos de la literatura, de los libros, esos grandes desconocidos para tantos y tantos de nuestros congéneres.
¿Qué es un libro? Un objeto de forma rectangular, un paralelepípedo dirían los puristas, cuya principal función es la de rellenar, de la forma más estética posible, los huecos libres de ese mueble que todos tenemos en el salón de nuestra casa.
Algunos de esos extraños objetos llamados libros, en cuyo interior hay montones de palabras y ninguna ilustración que alivie la vista, están dedicados a un género llamado novela. Y dentro de la novela hay muchísimas divisiones que, como los mandamientos, se pueden resumir en dos: las que te gustan y las que no. O, dicho de otra manera, las que te producen placer y las que son un coñazo insufrible.
Como es obvio, a los que se dedican a escribir novelas se les llama escritores. Algunos de ellos pareciera que cobraran a tanto la página y, por esa razón, introducen toneladas de descripciones que no vienen a cuento, que no aportan nada a la obra, pero que consiguen convertir un relato de 15 folios en un mamotreto insoportable de 800 páginas.
En estas novelas trucadas, infladas, como musculadas con esteroides, podemos encontrarnos 19 páginas describiendo una puesta de sol, la manera correcta de abrir una lata de almejas chilenas o la anatomía de la dependienta de la tienda de comestibles, personaje que, por cierto, no vuelve a salir nunca más en el libro.
Uno de los casos más sangrantes de los últimos siglos fue "Mazurca para dos muertos", del ensalzado, premiado y nunca bien ponderado Camilo José Cela, que escribió 25 páginas, las fotocopió 9 veces, las puso todas seguidas y obtuvo un engendro plomífero que todo el mundo alabó. Si esto lo hace cualquier otro, lo mandan a galeras.
Sí, son libros. Tranquilos, no muerden... |
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