A mediados del siglo pasado, un paisano de Ayamonte, de nombre Edelmiro, cruzó el río Guadiana acompañado de dos amigos para pasar unas horas de asueto en Portugal. Camino de Faro, se detuvieron a tomar un aperitivo en la localidad costera de Tavira.
Sentados en una pequeña terracita de un bar del puerto, los tres onubenses dieron buena cuenta de un par de botellas de vinho verde, acompañadas de varias clases de pescado a la plancha y unas enormes aceitunas. Edelmiro, que gozaba en su pueblo de una justa fama de tragón, engullía más que comía todo aquello que los camareros le ponían delante.
Cuando sólo quedaba una aceituna en el plato, Edelmiro demostró que, a veces, la mano es más rápida que la vista y, antes de que sus amigos pudieran reaccionar, atrapó la oliva y se la tragó. Literalmente.
Pocos segundos después de su alarde de prestidigitador, Edelmiro se llevó las manos al cuello al tiempo que comenzaba a congestionarse. La aceituna, que como se ha relatado era de considerable tamaño, se le había atascado en la garganta, impidiéndole respirar. Juan y Anselmo, sus dos acompañantes, intentaron por todos los medios sacarle la aceituna del gaznate, pero todo fue en vano.
El cura de Tavira, alertado por algunos vecinos, corrió hasta el puerto por si sus servicios religiosos se hacían necesarios. Allí se encontró con el pobre Edelmiro espatarrado en el suelo, y más muerto que vivo, por lo que se dispuso a confesarle y administrarle los últimos sacramentos.
—¿Crees en Dios Padre Todopoderoso?—preguntó el sacerdote a Edelmiro, quien contestó afirmativamente con la cabeza.
—¿Crees en Jesucristo, su único hijo, que dio su vida por la salvación de los hombres y al tercer día resucitó?
Edelmiro volvió a asentir con la cabeza al tiempo que emitía un estertor agónico.
—¿Crees en nuestra Santa Madre la Iglesia?
Nueva respuesta afirmativa de Edelmiro, cuyo rostro se estaba tornando cada vez más cadavérico.
—¿Crees que Judas era español y la Virgen, portuguesa?—concluyó el párroco.
Al oír aquellas palabras, un incontenible ataque de risa se apoderó del infeliz Edelmiro, seguido de convulsiones y estruendosas toses, a consecuencia de las cuales la aceituna salió despedida para estrellarse en la cara del atónito sacerdote.
—¡Milagro, milagro!—rugieron los habitantes de Tavira congregados en el puerto mientras Edelmiro y sus amigos subían al coche, arrancaban a toda velocidad y se marchaban de allí para nunca más volver.
Esta historia, que mi padre me contó cuando yo era un niño, me viene últimamente a la cabeza con excesiva frecuencia. Eso sí, en cada nueva ocasión, Judas y la Virgen tienen distintas nacionalidades: bosnia/serbia, serbia/croata, inglesa/irlandesa, autóctono/emigrante, árabe/israelí o, por qué no, vasca/española, o viceversa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario