sábado, 2 de octubre de 2010

La prueba

En los tiempos que corren, una de las más frecuentes e inevitables pesadillas que puedes padecer despierto es que te quedes sin trabajo y sin un euro en el bolsillo.
Tiempo atrás, agobiado por los problemas económicos, me encomendé a una agencia de trabajo y fui enviado a una fábrica, donde sería sometido a una prueba de capacidad junto con otros compañeros.
El aspecto de la fábrica ya me hizo desconfiar: estaba construida con bloques de cristal.
Durante el desayuno, en la cantina de la fábrica, mi desconfianza fue en aumento: unas guapas camareras nos trajeron huevos, café, tostadas y zumo de naranja servido en unas preciosas jarras.
Advertí en seguida lo que mis compañeros no parecieron sospechar: aquel desayuno también formaba parte de la prueba.
Me llevaron el primero a la habitación donde se celebraría el examen. Sobre unas hermosas mesas estaban preparados los pliegos con las preguntas.
Sintiéndome observado en medio de aquella preciosa y vacía habitación verde, saqué la pluma del bolsillo y atraje hacia mí el cuestionario, como lo hacen las personas coléricas con las cuentas de los mesones.
Cogí la primera hoja y leí:
Primera pregunta:
"¿Qué parece que las personas sólo tengan dos brazos, dos piernas, ojos y oídos?"
Escribí sin titubear:
"Ni siquiera cuatro brazos, piernas y oídos bastarían a mi actividad. En este aspecto, la dotación del hombre es mezquina."
Segunda pregunta:
"¿Cuántos teléfonos es usted capaz de usar al mismo tiempo?"
La pregunta también era fácil, así que escribí:
"Cuando sólo tengo siete teléfonos me impaciento; únicamente con nueve teléfonos me siento por completo satisfecho."
Tercera pregunta:
"¿Qué hace usted en sus días de asueto?"
Mi respuesta fue:
"¿Asueto? No conozco la palabra asueto. Después de cumplir los quince años la borré de mi vocabulario."
Evidentemente...  obtuve el puesto.


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