Se despertó cuando sonó la alarma del radio-reloj, pero permaneció un rato más en la cama después de desconectarla. Quería repasar los planes que había hecho para el desfalco de la mañana y el crimen de la noche. Y es que, aquella misma noche, a las once y cuarenta y seis minutos, sería libre, libre en todos los sentidos. Había escogido ese momento porque cumplía cuarenta años y ésa era la hora exacta en que había nacido.
No era supersticioso, pero el hecho de empezar una nueva vida en el preciso instante de cumplir cuarenta años, le pareció muy divertido.
Hacía un año que había tomado prestado de la caja de la empresa medio millón de euros para invertir en algo que parecía un medio seguro e infalible para doblar, o quizás triplicar, ese dinero, pero lo perdió todo.
Después, tomó prestado algo más para tratar de recuperar lo perdido, y ahora tenía una deuda que rebasaba los tres millones de euros, déficit que no podría mantener oculto durante mucho tiempo más. Por ello, había estado reuniendo todo el efectivo que le era posible sin levantar sospechas, y aquella misma tarde llegaría a poseer la cantidad de doce millones, suficiente para el resto de su vida.
Y jamás le atraparían.
La idea de matar a su esposa se le había ocurrido después. El motivo era simple: la odiaba.
En el despacho fue todo como una seda y, cuando se reunió con su esposa en el restaurante en el que se habían citado, todo estaba dispuesto. Sin embargo, ella tomó el aperitivo y la cena con mucha calma, y él empezó a dudar de que llegaran a casa antes de las once y cuarenta y seis.
Sin poder contener la ansiedad, consultó nerviosamente su reloj.
No lo habría conseguido por medio minuto si hubiera esperado a estar dentro de la casa para matarla, pero la oscuridad que reinaba en el porche era segura. Tanto como el interior.
Mientras ella permanecía frente a la puerta principal, en espera de que él abriera la puerta, balanceó una vez la cachiporra y la golpeó fuertemente en la nuca.
Antes de que cayera al suelo, la cogió con el brazo izquierdo y se las arregló para mantenerla erguida mientras abría la puerta.
Una vez dentro, cerró con llave, apretó el interruptor y la luz amarillenta inundó la habitación.
Y, antes de que pudiera apreciarse que su esposa estaba muerta, y que él la mantenía en pie, escuchó...
¡¡¡Sorpresa!!! ¡¡¡Feliz cumpleaños!!!
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