miércoles, 13 de octubre de 2010

And the Oscar goes to...


Autobiografía (no autorizada) de un idiota 
[Fragmento]



Eran las cuatro y media de la tarde cuando terminé de apurar los posos del café que había rematado una opípara comida. Poseído por un furibundo ataque depresivo, no había tenido valor para abrir el congelador y enfrentarme a la montaña de cadáveres de crustáceos congelados que guardaba desde la Guerra del Golfo
Por eso, había decidido bajar a desayunar a la calle pero, al darme cuenta de la hora que era, terminé comiendo en el chino de siempre.
El menú había sido el habitual: gambas agridulces, chop-suey de ternera, pollo al curry y ternera en salsa de ostras. Todo ello acompañado de pan chino y bien regado con abundante claro de la casa, reserva del año anterior. De postre, nada, sólo un café con hielo del que rebañé golosamente el azúcar que nunca se disolvía.
«Puta manía que tienen en todas partes de echar el hielo antes que el azúcar—pensé—. Y, encima, terrones.»
En aquel momento de sosiego, con el décimo cigarrillo del día entre los dedos, me vino a la cabeza mi eterna fantasía: escribir una novela. Ya lo decía Tom Wolfe: lo que todo periodista ansía es escribir una novela, venderla como churros y retirarse a una mansión palaciega al borde del mar a tocarse los huevos a dos manos el resto de la vida.
¡Y cómo me gustaban las que describían con minuciosidad las comidas que degustaban los protagonistas! Nada aportaba más al ambiente de una narración que un sutil toque gastronómico.
Me encantaban las novelas de Manolo Vázquez Montalbán, con sus recetas y sus quemas de libros, y eso que no se recreaba demasiado en descripciones alimenticias, porque había cada uno...
La (in)sana envidia me corroía, porque yo nunca tenía tiempo de escribir la obra soñada, salpicada de rollitos de primavera, chop-sueys de gambas, familias felices y postres especiales de la casa, con sombrillitas de papel y todo.
Un día de estos tendría que tomarme un año sabático para ponerme manos a la obra y forrarme el riñón con las ventas millonarias del apasionante thriller gótico "Tallarines sangrientos con salsa de soja agridulce".
La historia incluso podría llevarse al cine, con Almodóvar como director y su afamada cuadra de actores y actrices en los principales papeles. Yo no creía que Saura se interesara en el tema, decididamente no era su estilo, y me negaría firmemente a que Elías Querejeta pusiera sus manos en el proyecto. Faltaría más.
Estaba recogiendo un par de estatuillas del tío Oscar cuando el camarero me interrumpió con la cuenta.
«Prosaica realidad...—rumié para mí—. Si se llega a retrasar un poco, al menos les habría largado el discurso que tenía preparado. Y en inglés auténtico, no como el Garci...»


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