jueves, 2 de diciembre de 2010

Calatrava


  Este bonito puente que cruza la ría de Bilbao, un río que toda la vida fue el Nervión pero que, hace unos años, se descubrió que, en realidad era el Ibaizabal, o eso dicen, es un claro ejemplo de cómo un "artista", un arquitecto en este caso, puede diseñar una obra hermosa que, cuando se traslada al mundo real, es un peligro público.
  Santiago Calatrava es el arquitecto, y todos los que transitan por el puente de la imagen, así como los usuarios del nuevo aeropuerto de Bilbao, conocido como La Paloma, se acuerdan de su amada madre en términos que son difícilmente publicables sin que te caiga una querella. Y si La Paloma es un desastre frío y desangelado, pensado para hacer difícil la vida a los que acuden al aeropuerto, sea cual sea el motivo, Zubi Zuri, el Puente Blanco, es una trampa mortal muy cara, carísima de mantener.
  Como se puede apreciar en la imagen, el suelo por el que transitan los felices e incautos viandantes, está formado en su mayor parte por "baldosas" de cristal, fácilmente rompibles y muy costosas cuando se trata de reponerlas. Pero, ¿qué es eso de hablar de dinero cuando se trata de Bilbao? Si hay que reponerlas, pues se reponen, faltaría más, aunque cuesten un huevo (o un ovario, seamos igualitarios con el lenguaje) y la yema del otro. 
  Otra cuestión es que esas baldosas, cuando llueve, algo que en Bilbao, como Calatrava y el resto de la humanidad saben, sucede muy de cuando en vez, se conviertan en una traidora y criminal pista de patinaje. Pero, ¿qué es eso de hablar del riesgo de descalabrarse de los ciudadanos cuando colisiona con la excelsa capacidad creadora del ilustre arquitecto?
UN HABITUAL DÍA SOLEADO EN BILBAO...
  Zubi Zuri me recuerda a la historia de la plaza que el Ayuntamiento de Siberia-Gasteiz encargó a otro gran artista: Eduardo Chillida. Una plaza se supone que debe ser un lugar de encuentro y esparcimiento por el que corretean los niños, eso lo piensa cualquier ciudadano de a pie. Pero para un artista es otra cosa, es una obra de arte, no importa que en la plaza haya un foso en el que esos niños corretones se caen y se rompen el colodrillo. Culpa de los niños por ser unos alocados, y de sus progenitores por ser unos inconscientes descuidados.
  El Ayuntamiento vitoriano, harto de tanto descalabro, sugirió poner una barandilla alrededor del foso traicionero, a lo que el insigne escultor se negó porque desvirtuaría su obra. Igualito que Calatrava, que montó en cólera cuando el Ayuntamiento de Bilbao tuvo que añadir a su puente una pasarela, diseñada por el japonés Isozaki, para poder acceder a él en condiciones. Calatrava no sólo se cabreó como una mona, sino que pidió una indemnización de tres millones de euros por daños a sus derechos de autor. Después de varias visitas a los tribunales, la Audiencia Provincial de Bizkaia le dio la razón, pero solamente 30.000 euros, que el arquitecto donó a la Casa de Misericordia de Bilbao.

  Otras perspectivas del puente se pueden contemplar en las entradas The River y Zubi Zuri

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