El término de “Profecía Autocumplida” acuñado por R. Merton en 1948, hace referencia a la confirmación de nuestras expectativas. En este sentido, la teoría explica que, cuando mantenemos una firme creencia respecto a algo o alguien, acabamos corroborándola. Es decir, es una predicción que, una vez hecha, es en sí misma la causa de que se haga realidad.
La Profecía Autocumplida podría explicar que alguien que cree en el mal de ojo, la brujería o en el vudú, acabe padeciendo las desgracias que le dicen se le han impuesto mediante supuestas prácticas de magia negra siempre que CREA ciegamente en tales maldiciones.
Es un mecanismo que funciona de manera similar al convencimiento de las mujeres maltratadas de que son unas inútiles buenas-para-nada. De tanto escuchar esas acusaciones de boca de su pareja, estas mujeres no piensan que son una calamidad ambulante porque el maltratador se lo dice, sino porque en realidad CREEN realmente que lo son... y que es una idea que ellas han desarrollado por sí mismas sin intervención ajena.
De igual forma, si llevamos el mecanismo de la Profecía Autocumplida al mundo del fútbol español, nos encontraremos con que todos los equipos que se enfrentan al Barça están absolutamente convencidos de que van a perder, de que hagan lo que hagan, el resultado siempre va a ser el mismo: la derrota.
Desde el minuto uno de la Liga, y desde mucho antes, nos hemos visto sometidos a un incesante bombardeo propagandístico que nos conduce en una sola dirección: el Barça es infinitamente superior a TODOS sus rivales, juega mejor que ningún equipo en toda la historia del fútbol, tiene al mejor jugador de todos los tiempos y sus compañeros no le van a la zaga... ergo el Barcelona va a ganar sí o sí, te pongas como te pongas. Y ese convencimiento de que el Barça va a ganar todos sus partidos no es lo peor. Lo realmente nocivo es que, al igual que la mujer maltratada, los adversarios del Barça también piensan que va a ganar porque TIENE QUE GANAR y que sus victorias son buenas para el fútbol español, el fútbol mundial, el fútbol intergaláctico, e incluso supondrán un impulso para el descubrimento temprano de una vacuna contra el cáncer.
Leyendo la prensa, escuchando la radio o viendo la televisión, se recibe un mensaje incesante, constante, que va machacando en el inconsciente de los ciudadanos en general, y de los futbolistas ajenos al Barça en particular, que lleva a estos a creer realmente que van a perder. No es que lo piensen a nivel consciente, de la boca para afuera dirán las obviedades de siempre, que son 11 contra 11, que en el fútbol todo es posible, pero es que ese convencimiento de que van a perder lo llevan grabado a fuego en las neuronas como la mujer maltratada interioriza y hace suyo el mensaje de que es una inútil, y se comporta como tal.
¿Cuántas veces hemos leído o escuchado "para ganar al Barça tenemos que estar al 200% y que ellos tengan un muy mal día"? ¿Cuántos entrenadores reconocen abiertamente y sin sonrojarse que el Barça está a años luz de los demás, que da gusto verles en el campo y que lo único que les queda a los demás es pararse, admirarles y aplaudir cuando hacen la jugada del siglo de cada semana? Algunos, como Martín Lasarte, son conscientes del papelón de sus jugadores y lo denuncian en rueda de prensa, pero el mal está ya hecho: los jugadores de la Real Sociedad, como tantos otros, miraban a los blaugrana como las vacas al tren, 5 goles y para casita. Sólo les faltó pedir autógrafos o el balón firmado como recuerdo. A otros, como Lillo, rendidos, cautivos y desarmados por la excelencia culé, solamente les falta aplaudir con las orejas y celebrar enfervorecidos los goles que le van cayendo a sus equipos.
¿Y eso de que "ni siquiera les podemos parar a patadas porque no hay quien les alcance ni para sacudirles"? Falso de toda falsedad. Lo que en realidad se quiere decir es... "no podemos freírlos a patadas porque nos vamos a la puñetera caseta y los medios de comunicación nos van a linchar al día siguiente". Porque, además de convencidos de la derrota, hipnotizados por el mensaje que llevamos recibiendo desde hace muchos meses, los equipos que se enfrentan al Barça salen al campo amedrentados por el qué dirán si se les ocurre ni siquiera acercarse a alguna de sus estrellas con aviesas intenciones. Ni una mala patada, ni intención de darla. Y en caso de equivocarse, allí está un caballero disfrazado de árbitro para recordárselo.
El caso de los mundialistas culés es paradigmático: por decreto, porque "alguien" así lo ha decidido, han de ser recibidos en loor de multitudes en todos los campos y despedidos entre estruendosas ovaciones cuando son sustituídos, en especial Xavi e Iniesta. Cuando esto no sucede, véase el caso de Andrés Iniesta en San Mamés, el público deja de ser soberano para expresar sus opiniones y se elaboran estrañas teorías conspiranoicas para intentar explicar tan anómalo comportamiento. Eso sí, parece ser que los internacionales del Real Madrid, o de cualquier otro equipo, no tienen derecho a ese mismo recibimiento, a ese mismo homenaje.
Curiosamente, donde más dificultades está encontrando este Barça imperial es fuera de las fronteras del fútbol español: de no ser por un atraco descarado, jamás habría eliminado al Chelsea hace dos temporadas; el pasado año, un Inter teóricamente inferior, les dio un repaso en Milán y una lección táctica, de compromiso y de fuerza mental en el Nou Camp, y les privó del sueño de jugar la final de la Champions en el Bernabéu; esta misma temporada, las ha pasado canutas para empatar a domicilio con superpotencias del fútbol mundial como el Copenhagen o el Rubin Kazan. ¿Es que esos equipos son mejores que los de la Liga española para ponerle en más apuros al todopoderoso Barcelona que el Valencia o Sevilla? ¿O es que rusos y daneses no han padecido la campaña de ensalzamiento y subida a los altares del fútbol del Barça y, tal vez por ello, la Profecía Autocumplida de la que he hablado no funciona con ellos?
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