El bochornoso espectáculo del viernes pasado en Valdebebas, cuando la inmensa mayoría de los periodistas de medios españoles decidió abandonar la sala de prensa porque el entrenador del Real Madrid, Jose Mourinho, delegaba en su segundo, Aitor Karanka, la responsabilidad de contestar a las preguntas previas al Real Madrid-Barcelona, me ha hecho recordar, por ejemplo, por qué el Periodismo me parece una profesión maravillosa pero aborrezco intensamente a los periodistas. Y no hablo de los periodistas especializados en deportes en general o en fútbol en particular, hablo de todos ellos, aunque quizás en los deportivos se noten más las carencias, tal vez porque, por regla general,... el que vale, vale, y el que no, a deportes o a "crónica social". Y mis disculpas a las excepciones, que haberlas haylas, por la generalización
Una de las primeras lecciones que aprendí en la Facultad, e incluso antes de ingresar en ella, fue que el periodista nunca ha de ser el protagonista de la noticia, pero tener un ego hiperdesarrollado te lleva a creer que eres más importante que el hecho en sí del que informas o que el personaje al que entrevistas. Más aún, te lleva a pensar que tu estatus social, sólo por el hecho de ser periodista, está muchas millas por encima de otros profesionales, simples mortales. Y no es así. Un periodista, sea un sencillo redactor o el director de informativos de la cadena de televisión más importante, no es ni más ni menos que un albañil o que una cajera de Ikea. Como decía el otro día en Twitter, el día que los periodistas entiendan eso, volveremos al camino correcto para dignificar esta profesión.
En medio de la vorágine de mensajes y respuestas en Twitter, recordé algo que me sucedió hace muchos años cuando ejercía de periodista y dirigía una emisora de radio en Bilbao. Los sindicatos de todo el país habían convocado una huelga general para protestar contra la política económica del Gobierno, y la mayoría de los trabajadores de la emisora era partidaria de adherirse a la convocatoria de huelga y no trabajar ese día. Por mi parte, comprendía esa decisión y, si hubiésemos pertenecido a cualquier otro sector, no habría puesto objeción alguna. Era el director, sí, y yo, personalmente, no podía hacer huelga, pero eso no quitaba para que me pareciese justa y justificada la decisión de apoyar aquella huelga.
¿Qué hacer ante tal disyuntiva? Pues lo único posible: unirse a la huelga... pero a la japonesa.
Reuní a la plantilla de la emisora y les expliqué lo que pensaba al respecto. Que quien así lo desease podía ejercer su pleno derecho a la huelga y no acudir a la emisora, pero que, en mi opinión, si ellos apoyaban las reivindicaciones de los sindicatos, el mejor servicio que podían hacer a los trabajadores no era dejar de trabajar ese día sino, al contrario, trabajar más que nunca e informar, minuto a minuto, de todo lo que aconteciese el día de la huelga general. Porque, y esto es lo sustantivo de la historia, el derecho a la información NO es patrimonio de los periodistas, sino de los ciudadanos. Porque, al menos para mí, NO existe el derecho de los periodistas a informar, sino el de los ciudadanos a ser informados. Y esto es algo que la mayoría de los periodistas actuales, en su torre de marfil de autocomplacencia, ha olvidado... si es que alguna vez lo supo.
Sobra decir que aquel día de huelga general ha sido uno de los que más he trabajado en toda mi vida...
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